Creo necesario que la UE mantenga la firmeza en las sanciones impuestas hasta establecer cauces de interlocución con Rusia que lleven el cumplimiento de los acuerdos políticos del Minsk II

El conflicto entre Ucrania y Rusia supone uno de los mayores retos a los que se enfrenta la Unión Europea. Para poder entenderlo, es necesario tener en cuenta que Ucrania, un país con 45 millones de personas, tiene dos almas, una pro-rusa (en el sur y el este), y una pro-europea (en la capital, Kiev, y el oeste).

El 21 de noviembre de 2013, un día después de que el Gobierno ucraniano suspendiera la firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio con la UE, se iniciaron las protestas conocidas como Euromaidán. El Acuerdo con la UE entraba en frontal oposición con la Unión Aduanera Euroasiática, que integra a Rusia, Bielorrusia y varios países de Asia Central. En ese momento, la población ucraniana se encontraba dividida: el apoyo social a la Unión Aduanera con Rusia era del 38 %, mientras que el 37,8% apoyaba el Acuerdo de Asociación con la UE.

El nuevo Gobierno ucraniano firmó en marzo de 2014 el Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la UE, instrumento por excelencia de la Política Europea de Vecindad, que tenía como objetivo fortalecer las relaciones políticas, económicas y comerciales entre ambas partes. Este Acuerdo se ratificaría meses después con la firma simultánea del Parlamento Europeo y la Rada Suprema, aunque en el último minuto, se decidió aplazar la aplicación provisional de las disposiciones comerciales hasta 2016.

Las tensiones entre Ucrania y Rusia no han cesado desde entonces, sino al contrario. La anexión por parte de Rusia de Crimea y Sebastapol fue condenada como ilícita por parte de la UE. Todavía se investigan las causas del derribo del avión MH17, que tuvo lugar en julio 2014 en Donetsk, causando la muerte a 300 personas. Las sanciones de la UE a Rusia, y el contra veto a determinados productos europeos, han tenido fuertes repercusiones económicas en ambos territorios. Y las consecuencias humanitarias son absolutamente dramáticas, con una guerra que ha dejado ya más de 5.000 muertos, un millón de desplazados internos y 600.000 refugiados en los países vecinos.

Ucrania y Rusia forman parte –junto con la amenaza de Daesh en el norte de África y Oriente Medio– del actual anillo de fuego que rodea a la UE. Los retos que Europa enfrenta en el este y en el sur de sus fronteras son enormes, por ello una verdadera política exterior y de seguridad común junto a una renovada política de vecindad son más necesarias que nunca.

Dentro de la UE hay diferencias entre dos principales posturas: las repúblicas exsoviéticas tienen una posición más beligerante contra Rusia, que piden más sanciones e incluso armar a Ucrania, mientras que hay otros países que defienden una aproximación más equilibrada y un mayor diálogo con Rusia.

En mi opinión, la UE tiene un papel crucial y único respecto a este conflicto, el cual se basa en tres elementos fundamentales e interrelacionados entre sí:

En primer lugar, es urgente y necesario que la UE use todos sus recursos y diplomacia para que se respete el alto el fuego en el este de Ucrania. Los Acuerdos de Minsk alcanzados el pasado 11 de febrero por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania (conocidos como Minsk II), deben aplicarse por ambas partes, y la UE debe alentar a que se respete esta hoja de ruta, pues no habrá una solución a este conflicto que no sea política y dialogada. La UE se creó para garantizar un espacio de paz dentro de sus fronteras, y promoverla de forma efectiva fuera de ellas. Por ello, debe impulsar que se avance siempre por la vía del diálogo y el acuerdo político. Se trata de lograr un equilibrio entre aplicar sanciones razonables y mantener abierto el canal

diplomático, exigiendo el respeto a la legalidad y a la integridad territorial de Ucrania.

En segundo lugar, la UE debe seguir brindando apoyo material y político a Ucrania con el fin de que se desarrolle de forma democrática y autónoma. Para ello, pide que se respete la independencia, la soberanía y la integridad territorial de Ucrania, así como la retirada de grupos armados de la frontera ruso-ucraniana. También debe mantenerse firme en su petición para que se celebren las elecciones locales en Donetsk y Lujansk, así como en la necesidad de un dialogo nacional incluyente sobre cuestiones como la reforma constitucional y la descentralización.

La UE también debe mantener su compromiso de apoyar a la población más vulnerable afectada por el conflicto, a la cual ya se ha destinado 95M€ en ayuda humanitaria. Por su parte, Ucrania debe hacer sus deberes también. Es necesario que el Gobierno ucraniano acelere la aplicación de las reformas políticas, a fin de dar respuesta a las aspiraciones de la población de modernizar, democratizar el país, luchar contra los grupos de extrema derecha y respetar los derechos de las minorías. Así mismo, se requieren también reformas económicas para atajar la preocupante corrupción y crear un entorno adecuado para los inversores.

En tercer lugar, la UE debe decidir si quiere que Rusia sea un adversario o su socio estratégico, siempre y cuando respete la legalidad internacional y los derechos humanos. Ello conlleva la condena a la anexión de un territorio en contra de las normas internacionales, y el rechazo más rotundo a los asesinatos de opositores políticos. Eso no es propio de una democracia. A la vez, Rusia debiera ser un socio importante no sólo por cuestiones de vecindad, sino porque podría ser un aliado necesario en la resolución de numerosos asuntos internacionales clave, como Siria, Irán, el proceso de paz en Oriente Próximo, la lucha contra el terrorismo o cuestiones sectoriales como la energía. Estamos obligados a entendernos. Por todo ello, creo necesario que la UE mantenga la firmeza en las sanciones impuestas hasta establecer cauces de interlocución con Rusia que lleven el cumplimiento de los acuerdos políticos de Minsk II.//